«Muchas personas tienen la creencia equivocada de que la felicidad es un sitio a donde se llega. Por el contrario, la felicidad viaja con nosotros, es la consecuencia de nuestras propias acciones y una manera de vincularnos con lo que nos rodea.
Una actitud positiva nos acerca la felicidad, mientras que una actitud demandante o separatista nos aleja de ella y, al hacerlo, nos hace miserables. Ser feliz es, de alguna manera, correrse de la categoría “turista” y adoptar el rol de “viajero”. Dejar de ser espectador y convertirnos en dueños de nuestra propia aventura.
Los turistas se mueven en grupos cerrados (endogámicos), destinados a fotografiarse con cada monumento, punto panorámico y espacio «destacable» dentro de una ciudad o pueblo. Corren de aquí para allá subidos a autobuses que los trasladan velozmente de un punto a otro, comen todos juntos y todos juntos van de compras (un viaje así no es nada sin souvenirs). Llegan al hotel y se tiran a descansar exhaustos luego de un buen baño. Este esquema se repite cada uno de los días que lleve completar el viaje y retornar a “sus vidas”. La clave del turista es visitar la mayor cantidad de lugares en el menor tiempo posible y llevarse un documento fotográfico de cada uno de ellos… aunque luego termine por no recordar mucho de nada.
Un viajero es aquel que viaja sin ataduras y en libertad, lleva poco equipaje y valora la espontaneidad. Estima los lugares por su energía y se deja enamorar por ella. Puede quedarse 2 horas tirado en el césped de un parque, en medio de un camino o contemplando un edificio. Demora su caminata por la ciudad, se mezcla con sus habitantes, disfruta sus ritmos, su idioma, su comida, su idiosincrasia, su ”ser en el mundo”. Se interesa por su pasado y por su presente. Viaja en metro, en bici, camina… Camina mucho y hace picnics cuando tiene ganas. Disfruta de la lluvia y del sol; de la primavera y del verano, del otoño y del invierno. Deja que el viaje fluya, que las señales lo lleven a descubrir nuevas historias. Conoce gente de lo más variada; conversa. Amanece bien temprano y graba en su memoria cada instante del sol desperezándose sobre la ciudad.
El viajero va a contramano del turista.
El turista y el viajero nos hablan de dos estilos distintos de vivir: apurado y con objetivos demasiado estrechos, uno; apacible y con actitud de disfrutar y aprender, el otro. Y tú, ¿cómo vas por la vida? ¿Como un turista que colecciona sellos en su pasaporte y maletas llenas de chucherías o como un viajero que atesora instantes plenos de dicha y aprendizajes?
El turista tiene la ilusión de felicidad (o de urgencia) el tiempo que dura su viaje; el viajero es feliz cada vez que cierra los ojos y siente en su piel todo lo que logró absorber de él.
A medida que vamos adoptando el entrenamiento feliz en nuestra rutina cotidiana, comenzamos a convertirnos en viajeros de la vida: hacemos foco en el amor y nos entusiasma crecer en comunidad, aprendiendo de ella y disfrutándola. Ya no vamos corriendo tras la fama (la foto), ni las chucherías (las cosas materiales)… Dejamos ir el exceso de equipaje y vamos más livianos aprendiendo a utilizar con inteligencia los recursos de los que disponemos y confiando que todo llegará a su debido momento. Nos dejamos enamorar por la vida y aprendemos a seguir sus ritmos.
Tener en cuenta el impacto que podemos hacer en nuestro entorno nos convierte en viajeros socialmente responsables. Sentimos esa necesidad de devolver con acciones algo de toda esa bondad que nos ha hecho llegar adonde estamos. Todo ese amor se convierte en solidaridad, compasión, incapacidad de ofender. Todo ese amor transforma tu vida en algo maravilloso«