Mientras pensaba en este artículo me vino a la mente un cuenco bellísimo y un aroma a jazmín que llenaba el aire con su estela de vapores. Si estiraba la mano, casi podía tocarlo. Una luz cálida reflejaba sus antiguas cicatrices.

La historia del Kintsugi es tan bonita. No es reparar, es dignificar la pieza, dejarla que cuente su historia, que nos recuerde que de la fragilidad puede emerger la resiliencia que nos ayuda a continuar más fortalecidos, y agradecidos.