«Calleu nobles consellers, guardeu-vos la raó que us quedi
i amb un pas viu i decidit, marxeu on sigui que us esperin» (*) Manel
Todos parecen tener la obligación de decirle algo a Lionel Messi. Un halago, un insulto, un consejo, un reclamo, un retractarse, algo inspirador. Algo, no importa qué.
Qué loco ¿no? De pronto un tipo pasa a ser responsable de las glorias o las penas de todo un país (un país en el que ni siquiera vive). De pronto un tipo pasa a tener sobre sus hombros la errónea obligación de conformar a todos. Y me pregunto ¿Puede un ser humano soportar semejante peso? Un peso completamente injusto, por cierto, porque don Messi, con sus virtudes y sus desaciertos, es un ser humano, común y corriente. Un ser humano con un talento excepcional, como cualquier humano. Pero sufre de un mal: es una persona pública y, como tal, todo lo que haga o diga es puesto bajo la lupa de millones de personas que se creen con el derecho de opinar.
No, no voy a decirle nada. No voy a llamarlo Lio ni Lionel, como si lo conociera. No voy a darle consejos, ni hacerle reclamos, ni decirle como tiene que vivir su vida, o como tiene que jugar dentro de la cancha. No tengo ningún derecho. No conozco sus circunstancias. No estoy en su cabeza ni en su corazón. No quisiera estar en sus botines. Cada uno libra sus propias batallas, nadie puede saberlo. No se anda con un cartel en la cabeza que dice: «estoy sufriendo, déjenme de joder» o sí, a veces sí.
No voy a decirle nada a Messi, pero me voy a permitir reflexionar sobre un tema polémico. Un tema que como emprendedores, como blogueros o, simplemente como seres humanos, nos cala hondo. Tan hondo que a veces puede dejarnos heridas profundas, o dejar heridas en otros: el mal de «la opinión».
Nadie te preguntó, gracias!
No importa qué, todos siempre tienen algo que opinar. Sobre los otros. Sobre sus acciones, sus reacciones, sus palabras, sus silencios, sus gestos, sus elecciones. Pero hay un pequeño problema en esa ecuación de remasterizar vidas o elecciones ajenas: siempre lo hacemos desde nosotros; nuestras realidades, nuestras experiencias, nuestras observaciones y, a veces, desde nuestra conveniencia. Hay otro pequeño problema: difícilmente tengamos la misma claridad para darnos soluciones y respuestas a nosotros mismos.
Quizás sea porque se confunde el «ponerse en el lugar del otro» con «decirle al otro lo que tiene que hacer, sentir o pensar». Y no es lo mismo. No es lo mismo ser empático que ser metido. No es lo mismo acompañar en silencio, abrazar, escuchar, dar una palabra solo si nos la piden; que ser injustos y tiranos.
Y se sufre tanto de este mal en el camino emprendedor. Muchos que están por dar el gran salto saben de lo que hablo. Aquellos que la sufrieron, saben de lo que hablo. La gente opina.
Sobre tus precios, sobre tus productos o servicios, sobre tu corte de pelo, sobre tus fachas para ir al mercado… la gente se cree con el derecho de opinar. Vamos, que opinar es «gratis» y lo gratis siempre genera esa sensación de ganancia. Lo que no tiene en cuenta aquel que opina -bien, mal o como sea- es que ese otro, el objeto de su opinión, es un sujeto y no una cosa. Lo que no tiene en cuenta, aquel que opina, es que sus palabras pueden hacer tanto daño como un puñal y que las heridas que genera no siempre sanan del todo.
Reflexiones despeinadas
Debería importarnos poco lo que la gente opine. Debería.
Nada, eso. Me quedé pensando sobre las opiniones, sobre cómo influyen, o no, en nuestro estado de ánimo o en nuestras decisiones. Me quedé analizando si yo misma era una «opinóloga», porque no hay nada más hediondo de andar señalando con el dedo y olvidarse de mirarse a sí mismo. Me quedé reflexionando sobre la diferencia entre la «mirada del otro» una mirada válida, esperada, enriquecedora y la «opinión». Me quedé pensando en qué distinto sería si alguien te comparte una dificultad (desde una uña encarnada a un producto que no está funcionando como esperaba) que está atravesando y vos, en vez de opinar, recriminar (a ese alguien o al mundo entero), llorar junto a él… le preguntes: «¿Cómo te puedo ayudar?».
Me quedé imaginando cómo sería el mundo si fuéramos más solidarios y menos lapidarios. Si invirtiéramos esa energía que se nos va opinando sobre la gente en trabajar y luchar por nuestros sueños. Eso.
Entonces se me ocurrió (porque siempre se me ocurren cosas) ¿y si creáramos un movimiento de solidaridad empática? No solo con la palabra sino, sobre todo, con la acción. Y si en vez de opinar por opinar, diéramos abrazos… solo por darlos?
Yo me sumo a la campaña «por menos opiniones y más abrazos » #x1MundoMasEmpatico
Y como me quedé pensando, y sentí la necesidad de compartir estas reflexiones con ustedes, les pregunto… ¿Cómo gestionan las opiniones ajenas? Sería enriquecedor seguir reflexionando juntos ¿Qué les parece?
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(*) «Callad nobles consejeros, guardaos la razón que quede y con un paso vivo y decidido, marchad donde sea que os esperen»
Nana de Libretas y demases
Qué alegría inmensa me dio tu post, Cin. Acertadísimo, comparto al 100% tu reflexión. Es difícil gestionar las opiniones ajenas; a mí enseguida me salta la Nanita autocrítica y desvalorizadora, por lo cual el proceso de clasificación y análisis de las opiniones es un trabajo que me tomo en serio. Je!
Cin
Hola Nana!! Qué alegría verte por acá. Sí, es un mal general: el opinar y el hacernos eco de esas opiniones. Por ahí una amiga decía: «me dicen 50 cosas buenas y una mala… y me quedo con la mala» que manía que tenemos, no? Por eso creo que aprender a gestionar las opiniones ajenas y fortalecer nuestra autoestima es una de las cosas que poca importancia damos, pero baja nuestra rentabilidad emocional. Así que a por ello. Me quedé pensando, me sirve todo lo que aporten quizás entre todas podamos armar un «manual para gestionar opiniones ajenas» jajajajajaj Abrazoteeeee!!
Nana de Libretas y demases
Ja ja ja ja ja ja!!! ¡Totalmente!!! Creo que sería muy útil. ¡Abrazo enorme genia!
Flac_k
Uf! Como últimamente me cuesta montones procesar la crítica, porque estoy altamente sensible, me puse en el lugar del otro y decidí que cada uno haga con su vida lo que quiera, con sus hijos, su trabajo, su forma de comer…a veces uno siente que sabe más, que puede dar un consejo, pero si no me preguntan ya no opino y me muerdo la lengua para no juzgar, no es fácil, pero voy en el proceso.
Besos ????
Cin
Cuesta procesar la crítica. Son muy poquitos a los que los comentarios «por comentar» no les importan en realidad. Ponerse en el lugar del otro parece ser un muy muy buen primer paso. Abrazoooo y gracias por estar, siempre.